Llevamos dos meses y medio aislados. En este tiempo no hemos podido tocar a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, en definitiva, a las personas que más queremos y aquellas que paradójicamente, no tanto. La llegada de una pandemia mundial, algo que hasta ahora sólo era parte de las series y películas de ficción, ha hecho que cambiemos completamente nuestra percepción por lo que somos y de lo que nos rodea, cuestión que lamentablemente, pese a lo que pueda parecer tendrá sólo consecuencias temporales.

Enero 2020, España: Damos la bienvenida al año desde el reloj de la Puerta del Sol (Madrid), se augura un año próspero. Los temores ante una nueva crisis mundial empiezan a respirarse en las altas instituciones del Estado, todo debido a la crisis comercial EEUU – China y el estancamiento de las economías de la clase media en EEUU, cuyo nivel de gasto vuelve a fechas cercanas a la última gran depresión: 2008. Sin embargo, en las calles y plazas, nada hace presagiar que pronto se geste una recesión económica: Los bares, llenos a rebosar, las tiendas, hasta arriba de gente, nuevas obras, nuevos negocios, digitalización y nuevos tiempos.

Pronto, todo esto empezó a cambiar por algunas extrañas noticias que nos llegaban desde el continente asiático. El aislamiento de unos pacientes en un hospital de Wuhan con un tipo de neumonía causada por un virus desconocido obligaba pronto a aislar a toda la población de aquella lejana ciudad asiática. Once millones de habitantes encerrados en sus casas durante más de dos meses y una epidemia que se desataba con fuerza en el lejano oriente de la que cada día íbamos siendo más conscientes estando cada día más cerca de nuestras fronteras desatando la preocupación y más tarde el miedo entre todos nosotros.

Llevamos dos meses y medio aislados. En este tiempo no hemos podido tocar a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, en definitiva, a las personas que más queremos y aquellas que paradójicamente, no tanto. La llegada de una pandemia mundial, algo que hasta ahora sólo era parte de las series y películas de ficción, ha hecho que cambiemos completamente nuestra percepción por lo que somos y de lo que nos rodea, cuestión que lamentablemente, pese a lo que pueda parecer tendrá sólo consecuencias temporales.

Enero 2020, España: Damos la bienvenida al año desde el reloj de la Puerta del Sol (Madrid), se augura un año próspero. Los temores ante una nueva crisis mundial empiezan a respirarse en las altas instituciones del Estado, todo debido a la crisis comercial EEUU – China y el estancamiento de las economías de la clase media en EEUU, cuyo nivel de gasto vuelve a fechas cercanas a la última gran depresión: 2008. Sin embargo, en las calles y plazas, nada hace presagiar que pronto se geste una recesión económica: Los bares, llenos a rebosar, las tiendas, hasta arriba de gente, nuevas obras, nuevos negocios, digitalización y nuevos tiempos.

Y llegó el día: Domingo 8 de marzo de 2020: Día Internacional de la Mujer, los partidos políticos que gobiernan España se congregan en la Puerta de Atocha creando una marea morada de la que pende un lema “Revuelta feminista: con derechos, sin barreras. Feministas sin fronteras”. Aquél día, una marea de gente recorrió gran parte de las grandes arterias de las mayores ciudades de nuestro país, en Madrid, el recorrido finalizó en la Plaza de España. 120.000 personas, según el Gobierno, que estuvieron recorriendo la Capital en aquella tarde noche y siendo, sin saberlo, un caldo de cultivo perfecto para el nuevo agente patógeno que causaría una catástrofe las semanas posteriores.

Un día más tarde, el Gobierno Autonómico, con 578 afectados y 17 fatalidades, ya consciente del peligro que se avecina, cierra universidades y escuelas. Al día siguiente, como si de una premonición se tratara, la Organización Mundial de la Salud, declaraba al brote de COVID-19, la enfermedad causada por el nuevo coronavirus, como pandemia mundial.

En menos de una semana, el Gobierno de la Nación, ya con más de 5100 infectados y 132 muertos a sus espaldas, decreta el Estado de Alarma, durante 15 días iniciales, que se irían prorrogando por cuotas alícuotas hasta los 90 actuales.

Los mayores de nuestra generación no recuerdan nada parecido. Hemos estado viviendo en un mundo irreal, con comercios, bares, obras, museos, cines, exposiciones, hasta la propia Administración Pública, todo completamente cerrado. Hemos sucumbido a una crisis, que creíamos no llegaría este año, y por razones de un patógeno desconocido que nos ha privado de tocarnos, de abrazarnos, de transmitirnos los sentimientos y de no poder despedir a los que finalmente, nos han dejado por su culpa.

En este nuevo escenario, la digitalización, palpable en épocas anteriores a la explosión de la crisis, ha aflorado completamente. Trabajos a distancia, gracias a ordenadores portátiles y videoconferencias por decenas de plataformas nuevas que han visto despegar su mercado durante la crisis. Pero no sólo trabajo, nuevas herramientas de comunicación y aprendizaje para estos tiempos se han implantado en la nueva y extraña cotidianeidad de la sociedad, así los colegios e institutos (instituciones ligadas a enseñanza pre-universitaria), han logrado no tener que suspender sus clases, gracias al advenimiento de las nuevas tecnologías. Clases on-line para todos los jóvenes en edad escolar.

Llevamos dos meses y medio aislados. En este tiempo no hemos podido tocar a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, en definitiva, a las personas que más queremos y aquellas que paradójicamente, no tanto. La llegada de una pandemia mundial, algo que hasta ahora sólo era parte de las series y películas de ficción, ha hecho que cambiemos completamente nuestra percepción por lo que somos y de lo que nos rodea, cuestión que lamentablemente, pese a lo que pueda parecer tendrá sólo consecuencias temporales.

Enero 2020, España: Damos la bienvenida al año desde el reloj de la Puerta del Sol (Madrid), se augura un año próspero. Los temores ante una nueva crisis mundial empiezan a respirarse en las altas instituciones del Estado, todo debido a la crisis comercial EEUU – China y el estancamiento de las economías de la clase media en EEUU, cuyo nivel de gasto vuelve a fechas cercanas a la última gran depresión: 2008. Sin embargo, en las calles y plazas, nada hace presagiar que pronto se geste una recesión económica: Los bares, llenos a rebosar, las tiendas, hasta arriba de gente, nuevas obras, nuevos negocios, digitalización y nuevos tiempos.

Múltiples sectores se han beneficiado de estos avances tecnológicos hasta ahora sólo existentes a gran escala sobre el papel, y todo ello mientras más de 27000 personas fallecían en las saturadas Unidades de Cuidados Intensivos de todos los hospitales del país. En la otra cara, los cibercriminales aprovechaban que todo el mundo estaba en la red para cometer sus fechorías, ello llegó a tal nivel, que el centro español responsable de la ciberseguridad nacional (El CCN-CERT, dependiente de los servicios de inteligencia españoles – el conocido CNI), encendió todas las alertas hasta crear un apartado específico llamado CIBER-COVID, y destinado a educar a la población en contra de este tipo de ciberataques ya que debido a la crisis actual, con todos los servicios estatales “congelados”

Y todo ello ¿para qué?.

El pasado 21 de junio de 2020, en España terminó el Estado de Alarma, un servidor es español y lo vivió con inquietud y sorpresa, no obstante, el escenario se repite por todas las partes del Globo: fin del estado de emergencia o alerta y “vuelta a la normalidad”. Normalidad sin darnos cuenta de que todavía nada ha ocurrido, nada ha pasado, y las cosas siguen como estaban antes. Porque si de algo es característico el ser humano actuando en colectividad, es de no ser consciente de sus errores.

El estar en comunidad, en la comunidad que precisamente, sale fortalecida, como hemos visto en estas líneas anteriormente, fruto del trabajo homónimo junto con el esfuerzo individual desde el hogar en medio de una pandemia, es precisamente el Talón de Aquiles del ser humano.

Si algo hemos aprendido de estos tiempos tan convulsos, es como el ser humano en su existencia puede ser tan libre de asumir posiciones tan tremendamente colaborativas, generosas y sinceras como las que hemos vivido, pero a su vez tan egoístas como para sólo pensar en él sobre el beneficio que podría tener para la comunidad el dejar de efectuar unas conductas que, por su lesividad, podrían llegar a perjudicarle cuando actúa en su conjunto.  La libertad, de la que Dios ha provisto al ser humano en la realización de sus tareas y en el desarrollo como individuo, ha vuelto a cobrar la máxima expresión. El ser humano es libre, libre pero no piensa en que su libertad puede estar condicionada a la libertad de los demás, este concepto debería de ser entendido no como una quiebra de la libertad total, sino como un acto de generosidad para el semejante. Sin embargo, por alguna razón nuestro egoísmo nos vuelve a superar y volvemos a estar en evidencia.

A penas volvemos a la normalidad para darnos cuenta de la cantidad de trabajo tan ingente que hemos dejado sin hacer: Los rebrotes del tan temido virus se suceden por todas las partes del mundo: En Argentina, el confinamiento vuelve de forma casi total, en Japón, más concretamente en Tokio, se afanan por volver a la normalidad mientras los casos no paran de subir, en Italia, se plantean en llevar un Estado de Emergencia hasta 2021, eso sí, de una forma menos severa, y con la misma tendencia que los países comentados del aumento del número de contagios y en España, el país que me vio nacer, se esfuerzan por pasar página, por olvidar los duros días del Estado de Alarma mientras su Ministro de Sanidad no descarta la vuelta al mismo, “si todo se descontrola”, como rumbo que parecemos llevar.

Francamente, creo que, en algunos momentos de la historia, nos queda grande la palabra “aprender” y este puede ser uno de ellos, estamos viviendo tiempos en los que parece que hemos aprendido una serie de conductas y un modo de vida que nos beneficie a todos de manera individual, pero que también nos permita que el conjunto de la sociedad se mantenga como debe ante un escenario de dificultad. Sin embargo, en cuanto se relajan las medidas que han dado lugar a esa expuesta situación excepcional y única que hemos vivido y que nos ha tenido sumidos en una depresión anímica, económica y emocional, estamos plenamente dispuestos a vulnerar todas las normas aprendidas – y que servirían para que la situación no se repitiese, y con ello generar la vuelta al confinamiento, a la soledad, a instancias en las que el ser humano no se desenvuelve con libertad porque directamente no ha sido creado para ello.

Llevamos dos meses y medio aislados. En este tiempo no hemos podido tocar a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, en definitiva, a las personas que más queremos y aquellas que paradójicamente, no tanto. La llegada de una pandemia mundial, algo que hasta ahora sólo era parte de las series y películas de ficción, ha hecho que cambiemos completamente nuestra percepción por lo que somos y de lo que nos rodea, cuestión que lamentablemente, pese a lo que pueda parecer tendrá sólo consecuencias temporales.

Enero 2020, España: Damos la bienvenida al año desde el reloj de la Puerta del Sol (Madrid), se augura un año próspero. Los temores ante una nueva crisis mundial empiezan a respirarse en las altas instituciones del Estado, todo debido a la crisis comercial EEUU – China y el estancamiento de las economías de la clase media en EEUU, cuyo nivel de gasto vuelve a fechas cercanas a la última gran depresión: 2008. Sin embargo, en las calles y plazas, nada hace presagiar que pronto se geste una recesión económica: Los bares, llenos a rebosar, las tiendas, hasta arriba de gente, nuevas obras, nuevos negocios, digitalización y nuevos tiempos.

Ojalá todo esto pase pronto, ojalá no haya motivos para que el ser humano tenga que hacer el grandísimo sobreesfuerzo de pensar en los demás por encima de su propio ego para salir adelante. Cierto es, que desde un primer momento se advirtió que no habría normalidad total (al menos no la que teníamos antes de la “crisis”) hasta que no hubiera descubierta una cura o una vacuna. Seis meses después de que los casos en Europa empezaran a aflorar, y de que la extensión de la Pandemia por el mundo fuera imparable, el veredicto se hace claro: no tenemos vacuna, ni tratamiento claro, ni estrategia que funcione en la mayoría de los casos, sólo existiendo carísimos tratamientos que parecen demostrar su utilidad en algunos escenarios, para los que los países, de forma deliberada y nuevamente bajo la cualidad del egoísmo, han agotado todas sus dosis para proveer de la cura sólo a sus nacionales, privando de este derecho a los demás. Y es que una cualidad inherente de las cosas nuevas es la escasez: cuando una cosa se crea, al principio no hay demasiada en circulación, este estado se ve comprometido si esta cosa le es útil al ser humano. La escala de utilidad que tiene el ser humano asumida de modo natural es, desde que algo le puede ser beneficioso para realizar alguna tarea o labor, hasta que le es absolutamente necesario para el sostenimiento de su propia vida. Y conforme al principio de “utilidad” va ligado el “egoísmo”. Cuando algo es sustancialmente útil para el ser humano, este es sumamente egoísta, asegurándose primero su cuota y posteriormente pensando en el resto de la colectividad.

Pero no todo es malo, o – al menos, no tan malo como lo fue en el pasado. Gran parte del problema de no hacer vida en sociedad es el problema económico que esto genera para los países y para, en última instancia, las personas.

Gracias a Dios y a los avances científicos hoy en día, promovido por el advenimiento de las nuevas formas de comunicación y telecomunicaciones, tenemos tecnología que nos permite realizar funciones que de otro modo serían imposibles desde nuestra propia casa. Muchos de los trabajos que antes realizábamos en centros de trabajo, pueden realizarse sin mayor problema desde nuestra casa, con un ordenador y un equipo adecuado, el cual, lejos de ser costoso, es bastante asequible a la mayoría de los bolsillos y los que no, constitucionalmente cada día más y en más países, fruto del haber garantizado el acceso universal a internet, algo que cada día es más exigible, -cada día tienen más posibilidades de que los Estados, igual que tienen la obligación de protegernos de la pandemia y de la exposición al virus, proveer un acceso seguro y estable a internet al que no tiene posibilidades económicas.

Llevamos dos meses y medio aislados. En este tiempo no hemos podido tocar a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, en definitiva, a las personas que más queremos y aquellas que paradójicamente, no tanto. La llegada de una pandemia mundial, algo que hasta ahora sólo era parte de las series y películas de ficción, ha hecho que cambiemos completamente nuestra percepción por lo que somos y de lo que nos rodea, cuestión que lamentablemente, pese a lo que pueda parecer tendrá sólo consecuencias temporales.

Enero 2020, España: Damos la bienvenida al año desde el reloj de la Puerta del Sol (Madrid), se augura un año próspero. Los temores ante una nueva crisis mundial empiezan a respirarse en las altas instituciones del Estado, todo debido a la crisis comercial EEUU – China y el estancamiento de las economías de la clase media en EEUU, cuyo nivel de gasto vuelve a fechas cercanas a la última gran depresión: 2008. Sin embargo, en las calles y plazas, nada hace presagiar que pronto se geste una recesión económica: Los bares, llenos a rebosar, las tiendas, hasta arriba de gente, nuevas obras, nuevos negocios, digitalización y nuevos tiempos.

No es la solución final, y evidentemente la tecnología no lo soluciona todo, ni crea libertad por doquier, pero sí un salvoconducto que francamente ahora mismo necesitamos y se puede proveer sin escasez, permitiendo a la mayor parte de gente que lo necesite beber de estos recursos cibernéticos. Conscientes de que por muy “conectados” que estemos, no sería la situación ideal siendo lógico pensar que el ser humano ha de ser libre, en todas sus dimensiones, esto es, en sus opciones y en el medio en el que se relaciona, debemos entender que más que nunca, debemos actuar por los que no pueden hacerlos, por nuestros semejantes y pensando en la colectividad, siendo un poco menos egoístas, haciendo pequeños esfuerzos y adoptando una forma de ser específica, ser capaces de velar de este modo por la salud de los demás, con las miras de que todo es temporal y lo único que hay que tener es un poco de paciencia, cuestión que no debería estar ni justificada pues lo que en estos momentos hay en juego, no es sino la misma vida de nuestros semejantes.

 

Javier Álvarez FernándezQuesto indirizzo email è protetto dagli spambots. È necessario abilitare JavaScript per vederlo. – 2020

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